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El arquetipo de la madre representaría uno de los arquetipos principales de lo inconsciente colectivo en la psicología analítica de C. G. Jung.

La imagen de una Gran Madre remite en su génesis a la historia de las religiones. Su manifestación simbólica se halla representada a través de una amplia variación «del tipo de una diosa madre». Dada su escasa y condicionada presencia como tal en la experiencia práctica, y tratándose de un abordaje psicológico, se hace necesario plantear la fuente de la que deriva todo simbolismo: el arquetipo.1

El arquetipo de la madre

Al igual que todo arquetipo, el de la madre «tiene una serie casi inabarcable de aspectos», siendo expresión típica «la madre y abuela personales; la madrastra y la suegra; cualquier mujer con la que se tiene relación, incluida el ama de cría o la niñera; la matriarca de la familia y la Mujer Blanca».

A un nivel más elevado estaría «la Diosa, sobre todo la Madre de Dios, la Virgen, Sofía; la meta del anhelo de salvación».

De un modo más amplio «la iglesia, la universidad, la ciudad, el país, el cielo, la tierra, el monte, el mar y las aguas estancadas; la materia, el inframundo y la luna».

Estrictamente, «como lugar de nacimiento y de procreación, los sembrados; el jardín, la roca, la cueva, el árbol, el manantial, el pozo, la pila bautismal, la flor como recipiente; como círculo mágico o como tipo de la cornucopia».

Más estricto aún, «el útero o cualquier concavidad, el ioni (‘vulvavaginaútero’, en sánscrito); el horno, la olla».

En forma animal, «la vaca, la liebre, y en general el animal útil».2

Como acontece en todo arquetipo, existe implícita una expresión favorable o nefasta, dándose cabida a su vez a lo ambivalente.

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